Si sé lo que escribir,
jamás escribo.
Si escribo es por saber lo que sabré,
aquello que aparece
al descubierto,
mientras uno lo escribe,
y se desnuda
sólo para nosotros,
y no aparece más en lo desnudo.
Si sé lo que decir,
no digo nada.
Igual que nada pienso,
si sé lo que pensar.
Si digo, es por asombro
de adónde me conduce estar diciéndome.
Si sé lo que sentir,
¿para qué amarte?,
cuando lo tuyo propio es la sorpresa
de permitirme amarte en este tránsito.
Si supiera escribir,
no escribiría.
¿Para qué ser escriba de alguien mío
que impone que yo viva a su dictado?
Si escribo, es por probarle a mi ignorante
el ánimo interior de su ignorancia,
la fuerza capital que hay en la búsqueda.
Nunca saber,
y siempre estar diciendo.
Nunca escribir,
y estar siempre intentándolo.
Todo es incertidumbre,
y suspensivo.
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