jueves, 5 de febrero de 2015

Billy Collins: Picnic, Lightning

It is possible to be struck by a
meteor or a single-engine plane while
reading in a chair at home. Pedestrians
are flattened by safes falling from
rooftops mostly within the panels of
the comics, but still, we know it is
possible, as well as the flash of
summer lightning, the thermos toppling
over, spilling out on the grass.
And we know the message can be
delivered from within. The heart, no
valentine, decides to quit after
lunch, the power shut off like a
switch, or a tiny dark ship is
unmoored into the flow of the body’s
rivers, the brain a monastery,
defenseless on the shore.
This is what I think about when I shovel
compost into a wheelbarrow, and when
I fill the long flower boxes, then
press into rows the limp roots of red
impatiens — the instant hand of Death
always ready to burst forth from the
sleeve of his voluminous cloak.
Then the soil is full of marvels, bits of
leaf like flakes off a fresco,
red-brown pine needles, a beetle quick
to burrow back under the loam. Then
the wheelbarrow is a wilder blue, the
clouds a brighter white,
and all I hear is the rasp of the steel edge
against a round stone, the small
plants singing with lifted faces, and
the click of the sundial as one hour
sweeps into the next.

 

 

Picnic, Relámpago      

Es posible ser golpeado por un
meteorito o por una avioneta
mientras lees en una silla en casa. Los peatones
son aplastados por cajas fuertes que caen de
los tejados sobre todo en las tiras
cómicas, pero aún así, sabemos que es
posible, así como lo es el destello de un
relámpago de verano, como el termo que cae,
desparramándose sobre la hierba.
Y sabemos que el mensaje puede
venir desde el interior. El corazón, sin
valentín, decide renunciar después del
almuerzo, la fuerza se apaga como si tuviese un
interruptor, o fuese un pequeñito barco obscuro
navegando en el caudal de los ríos
del cuerpo, el cerebro, un monasterio
indefenso en la orilla.
Es en esto que pienso cuando paleo
composta en una carretilla, y cuando
lleno grandes cajas de flores, después
prenso en filas las raíces sin vida de rojas
balsaminas — la súbita mano de la Muerte
siempre lista para salir precipitadamente de
la manga de su voluminoso abrigo.
A continuación, el suelo está lleno de maravillas,
pedazos de hoja como escamas de un fresco descarapelado,
agujas de pino rojo-marrón, un escarabajo listo
para cavar de regreso al suelo bajo la arcilla.
Después de esto, la carretilla es de un azul más salvaje,
las nubes de un blanco más brillante,
y todo lo que escucho es el borde de acero de la escofina
contra una piedra redonda, las pequeñas
plantas mirando hacia arriba cantando, y
y el clic del reloj solar al tiempo que una hora
da paso a la siguiente.

(Versión de Cristina Cárdenas)


 

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