Ningún otro puede comprender lo que cada uno es.
¿Cómo explicar la debilidad de no recordarse,
la minucia de las sensaciones que nos repiten,
la agridulce entidad de no ser otro,
la minúscula clave
de evadirse de un mundo u otro mundo
para poder soportar el exótico péndulo
de existir entre la vida y la muerte?
Ni siquiera un dios podría comprender lo que cada uno es.
¿Cómo explicar la secuencia demacrada del miedo,
el torbellino oblicuamente angustioso de la alegría,
la trastienda híbrida del dolor,
el sabor penetrante de uno mismo
y el sabor de los otros desde uno?
Tal vez alguien pueda compartir la soledad,
pero nadie podrá nunca explicarla.
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