lunes, 14 de septiembre de 2015

Marco Aurelio: Meditaciones, 17, Libro II


El tiempo de la vida humana es un punto;

su sustancia, fluida;

su sensación, oscura;

la unión de todo el cuerpo, corruptible;

su alma, vagabunda;

su azar, inexplorable;

su fama, indiscernible.

Para decirlo de una vez:

Todo lo del cuerpo es un río;

lo del alma, sueño y vapor;

la vida, una guerra y un exilio, 

y la fama póstuma, olvido.

¿Qué nos puede guiar?

Solo y únicamente la filosofía.

Y esta consiste en conservar al Genio interior

sin ultrajes y sin daño,

dominando los placeres y los dolores,

sin que haga nada al azar y falsamente,

sin hipocresía,

despreocupado de lo que haga o deje de hacer el otro;

aceptando también los acontecimientos

y la parte que le toque

como procedentes de allí, dondequiera que sea,

de donde él mismo ha venido.

Por encima de todo, aguardando la muerte

con conciencia propicia,

como que no es otra cosa que disolución de los átomos

de los que cada ser vivo se constituye.

Y si a los propios átomos no les sucede nada terrible

porque cada uno cambie incesantemente al otro,

¿Por qué razón nadie ha de temer

el cambio y disolución de todos?

Pues es conforme a la naturaleza

y nada malo hay conforme a la naturaleza.

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