El tiempo de la vida humana es un punto;
su sustancia,
fluida;
su sensación,
oscura;
la unión
de todo el cuerpo, corruptible;
su alma,
vagabunda;
su azar,
inexplorable;
su fama,
indiscernible.
Para
decirlo de una vez:
Todo lo
del cuerpo es un río;
lo del
alma, sueño y vapor;
la vida,
una guerra y un exilio,
y la fama póstuma, olvido.
y la fama póstuma, olvido.
¿Qué nos
puede guiar?
Solo y únicamente
la filosofía.
Y esta
consiste en conservar al Genio interior
sin
ultrajes y sin daño,
dominando los
placeres y los dolores,
sin que
haga nada al azar y falsamente,
sin hipocresía,
despreocupado
de lo que haga o deje de hacer el otro;
aceptando también
los acontecimientos
y la parte
que le toque
como procedentes
de allí, dondequiera que sea,
de donde
él mismo ha venido.
Por encima
de todo, aguardando la muerte
con conciencia
propicia,
como que
no es otra cosa que disolución de los átomos
de los que
cada ser vivo se constituye.
Y si a los
propios átomos no les sucede nada terrible
porque cada
uno cambie incesantemente al otro,
¿Por qué
razón nadie ha de temer
el cambio
y disolución de todos?
Pues es
conforme a la naturaleza
y nada
malo hay conforme a la naturaleza.
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