miércoles, 8 de julio de 2015

Philip Larkin: Church going

Once I am sure there’s nothing going on
I step inside, letting the door thud shut.
Another church: matting, seats, and stone,
And little books; sprawlings of flowers, cut
For Sunday, brownish now; some brass and stuff
Up at the holy end; the small neat organ;
And a tense, musty, unignorable silence,
Brewed God knows how long. Hatless, I take off
My cycle-clips in awkward reverence.


Move forward, run my hand around the font.
From where I stand, the roof looks almost new -
Cleaned, or restored? Someone would know: I don’t.
Mounting the lectern, I peruse a few
Hectoring large-scale verses, and pronounce
‘Here endeth’ much more loudly than I’d meant.
The echoes snigger briefly. Back at the door
I sign the book, donate an Irish sixpence,
Reflect the place was not worth stopping for.


Yet stop I did: in fact I often do,
And always end much at a loss like this,
Wondering what to look for; wondering, too,
When churches will fall completely out of use
What we shall turn them into, if we shall keep
A few cathedrals chronically on show,
Their parchment, plate and pyx in locked cases,
And let the rest rent-free to rain and sheep.
Shall we avoid them as unlucky places?


Or, after dark, will dubious women come
To make their children touch a particular stone;
Pick simples for a cancer; or on some
Advised night see walking a dead one?
Power of some sort will go on
In games, in riddles, seemingly at random;
But superstition, like belief, must die,
And what remains when disbelief has gone?
Grass, weedy pavement, brambles, buttress, sky,


A shape less recognisable each week,
A purpose more obscure. I wonder who
Will be the last, the very last, to seek
This place for what it was; one of the crew
That tap and jot and know what rood-lofts were?
Some ruin-bibber, randy for antique,
Or Christmas-addict, counting on a whiff
Of gown-and-bands and organ-pipes and myrrh?
Or will he be my representative,


Bored, uninformed, knowing the ghostly silt
Dispersed, yet tending to this cross of ground
Through suburb scrub because it held unspilt
So long and equably what since is found
Only in separation – marriage, and birth,
And death, and thoughts of these – for which was built
This special shell? For, though I’ve no idea
What this accoutred frowsty barn is worth,
It pleases me to stand in silence here;


A serious house on serious earth it is,
In whose blent air all our compulsions meet,
Are recognized, and robed as destinies.
And that much never can be obsolete,
Since someone will forever be surprising
A hunger in himself to be more serious,
And gravitating with it to this ground,
Which, he once heard, was proper to grow wise in,
If only that so many dead lie round
.



IR A LA IGLESIA

Cuando me he cerciorado de que nada celebran,
pongo un pie adentro, y dejo que la puerta
se cierre de golpe. Otra iglesia: esteras, asientos, piedra
y folletos; rastros de flores cortadas
para el domingo, algo marchitas; un poco de bronce y otras cosas
al lado del sagrario; el órgano, pulcro, pequeño;
Y un tenso, rancio, insoslayable silencio
que sabe Dios cuánto tiempo
demoró en decantarse. A falta de sombrero,
mi torpe homenaje consiste
en soltar mis pinzas de ciclista.

Avanzo, recorro con la mano el borde circular
de la pila. Desde aquí, el techo parece casi nuevo –
¿limpiaron, repararon? Alguien sabrá; no tengo idea.
Subiendo al púlpito, repaso
unos pocos versos grandilocuentes, pronuncio
sin querer, a toda boca, “Aquí concluye…”
Los ecos, burlones, se ríen un poquito. Ya en la puerta,
firmo el libro, hago una pequeña donación, una moneda,
pienso: no valía la pena detenerse en el lugar.

Pero sí me detuve: de hecho, suelo hacerlo,
y siempre termino así como en suspenso,
preguntándome qué se busca; preguntándome, también,
por las iglesias cuando ya no se usen para nada:
en qué se transformarán; si algunas catedrales
serán crónicamente un espectáculo,
con pergaminos, platería, copones en vitrinas bajo llave,
mientras las otras se arriendan, sin costo, a la lluvia o las ovejas.
¿Serán de mal agüero? ¿Las evitará la gente?

¿O acaso, de noche, se irán a acercar
equívocas mujeres, trayendo sus hijos a tocar cierta piedra;
a cortar hierbas para un cáncer, o en una fecha especial
a ver a algún muerto caminando?
De una u otra manera, persistirá cierto poder,
en juegos, adivinanzas, como azarosamente;
la superstición, como la creencia, tendrá que morir,
y ¿qué quedará, sin siquiera descreimiento?
Pasto, piedras con maleza, zarzas, contrafuerte, cielo.

Formas más difíciles de reconocer cada semana,
un propósito cada vez más recóndito. Me pregunto
quién será el último, realmente el último
en buscar este recinto por lo que fue: ¿tal vez uno de aquellos
que golpean suavemente la pared, anotan, y saben lo que fueron
los coros con celosías? ¿Algún adicto a las ruinas, codiciando
alguna antigüedad, o un fanático de las navidades, en procura
de un olorcillo a paramentos, a tubos de órgano, a mirra?

 O será acaso mi representante,
Aburrido, desinformado, sabiendo que el légamo fantasmal
se ha dispersado, pero atraído a esta cruz de tierra
a través de las zarzas suburbanas, pues aquí se contuvo
por tanto tiempo, y de modo tan ecuánime, lo que ahora
se encuentra sólo por separado — matrimonio, nacimiento,
y muerte, y cuanto se piense de ellos– ¿Para eso habrán construido
esta cáscara extraña? Aunque no tengo idea
de cuánto vale este añejo granero ornamentado
me complace quedarme aquí en silencio;

Pues es seria esta casa, y se encuentra en tierra seria,
y en su aire mezclado,  nuestras compulsiones
confluyen, se reconocen, se atavían de destino.
Y eso nunca podrá caducar,
pues siempre alguien estará sorprendiéndose
de encontrar en sí mismo una avidez por lo serio,
y gravitará con ella hacia esta tierra,
propicia–oyó una vez–para volverse sabio,
aunque no sea más que por los muchos muertos
que yacen aquí, a su alrededor.

 

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