en orden, sin vergüenza, en el azul elemental y cándido.
No hay lucidez posible, el círculo ha cerrado
su horizonte en que humildes paraísos fanfarroneaban.
No hay tiempo ya de ser, por algún modo, ilustre
como un asno, una vid, y de igual muerte
no hay tiempo de ignorarlo completamente todo.
Y se está ya en la hora de sonreír como los tontos
mirando el juego de los niños y la furia del adolescente,
y creyendo comprender, conformarse como los pequeños pájaros
que asaltan sin mover las patas, a brincos, de dos en dos.
Pero el futuro lucirá siempre viejo frente al hoy minucioso,
frente a la posesión diurna, el cegador privilegio.
No hay tiempo ya para la inocencia y el rostro individual.
La desdicha corrompiéndonos, nos cambia los nombres a capricho.
Y mientras nos vamos pareciendo a todos en la vida y en la muerte,
en el pecado y en el deseo, en el desasimiento y la noche,
acobardados entramos en lo uniforme, y entonces,
como una loca promesa, sentimos por los hombros
la inmerecida investidura de lo vivo, lo oscuro.
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