Tan poco como tengo
y no lo puedo dar:
lo mío es mío.
Y veo en torno el radio luminoso
de lo que me es ajeno:
el campo es campo,
la belleza, belleza,
el agua, agua,
y la sombra del árbol levemente
tendida allí,
cual trémulos encajes,
para el que viene un día y se reposa.
¿Qué nos podemos dar
más que esa sombra,
que ese descanso,
ese momento eterno y fugitivo
en que nuestro sudor siente la brisa
que le despliega el monte?
¿Qué otra cosa mejor?
Solo una sombra
de nuestra luz.
Que el hombre pasa
y solo puede dar de lo que tiene
su presencia clemente,
una mirada hermosa,
unas palabras.
Que todo lo demás con él se extingue
como una estela verde.
Como el verano.
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