II.
Un día, en el bosque secreto de las palabras, cierto ciervo que vi, que se veía, me dijo, allá donde no había caminos ni senderos, sino solamente la hierba alta y el ramaje esparcido, que a los desesperados el río de la noche los alumbra, pero solo si bañan sin miedo su dolor.
III.
El aviador no es como el pájaro.
El aviador qué sabe de este limo, por ejemplo.
De estas piedras azules bajo el árbol.
Qué sabe el aviador de estas raíces.
De estas ramas podridas, de estas hojas mojadas:
Tan suaves y gustosas.
VII.
El caminante ahuyenta, caminando, a sus demonios.
Estos son siempe sedentarios.
VIII.
El pensamiento más profundo del cazador es su disparo.
Con él penetra a solas, siempre, en el silencio de las largas distancias, en la humedad salobre del amanecer.
Con él penetra en el corazon oscuro de las tórtolas.
IX.
Palabras que hemos visto sumergirse, a solas, muchas noches, en las aguas oscuras de este río.
Cierto ciervo que vi bebía entonces, lavaba sus heridas invisibles.
Un nuevo idioma renacía a oscuras, temblaba como animal nocturno, ardía hasta el amanecer.
XIX
Desnudo y solo, entre las ramas de la encina, temblando, te he encontrado por fin, sol de diciembre.
Ven a casa conmigo.
XX.
Oscuro pero cálido idioma que aprendimos con las manos, palpando la membrana viscosa de los nidos, el crecimiento del musgo y la telaraña, las venas blancas de las hojas muertas, la sequedad del hormiguero.
XXII.
Agua del bosque: vierte tu transparencia sobre mi corazón.
Dame tu claridad.
Hazme invisible.
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