Dado que los corderos
son crías de la oveja; dado que las ovejas
son miedosas y torpes, y no saben defenderse,
porque no tienen garras ni violencia,
veneno ni malicia, ¿qué es, entonces,
el "Cordero de Dios"?
¿Esta hermosa criatura,
que husmea con vigor las ubres de su madre;
portadora de lana y de balidos,
que salta por el aire contenta de existir, y que descubre atónita
cuatro patas en las que aterrizar, el pasto
lo único del mundo que conoce?
¿La que nos llevaríamos a jugar,
adornada de cintas, aunque no dejaríamos
que entrara en nuestra casa
por miedo a que ensuciara el piso con sus heces?
¿Qué se oculta, terrible, detrás de estas palabras
tan extrañas:
Oh Cordero de Dios que quitas el pecado
del mundo: una inocencia que parece ignorancia,
engendrada en la nieve manchada por la sangre
que lamen los ancestros de los perros,
más sagaces que todo el rebaño en su conjunto?
¿Entonces Dios,
que abarca todo,
está indefenso? ¿La omnipotencia
ha sido reducida a un montoncito húmedo de lana?
Y nosotros,
temerosos, abúlicos, que queremos tan sólo
echarnos a dormir hasta que la catástrofe
haya llegado al clímax y arrasado con todo
para pasar al fin,
y que queremos despertar tranquilos
sin recordar después el sufrimiento,
nosotros los que, llenos de vergüenza,
en nuestra mísera esperanza, buscamos que nos rescataran de las [llamas,
y nos dieran la dicha que creímos merecer por haberla imaginado,
¿entonces se supone que nosotros
debemos proteger a este animal perversamente débil,
que con su hocico insiste en tratar de encontrar leche en nosotros?
¿Debemos estrechar en nuestro corazón
helado a un Dios que tiembla?
Que así sea.
Ven, trapo sucio, estremecido,
ven, estrella distante.
Vamos a ver si algo de los hombres
aún puede protegerte,
chispa
de luz remota.
De "Misa de Santo Tomás Apóstol"
Traducción: Ezequiel Zaidenwerg
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