Yo soy el que arroja la piedra,
el que le da su ímpetu y dirección,
el que aporta el músculo y la libertad.
Ella es la que cruza el aire
y se clava lejos, donde no se oye
mi voz ni el eco de su partida.
De este lado sólo queda el peso
de una llama que abriga con leves
parpadeos. Del otro lado
está el misterio de la tierra nueva,
los círculos cada vez más anchos
de la nueva edificación.
Pero de eso nada sé: allá no pueden
mis ojos ni mi oído alcanza
a entender su voz. Sólo he visto
que la piedra partió; clavada está
en alguna parte, adonde no llega
mi voluntad, ni la imaginación.
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