miércoles, 19 de agosto de 2015

Ted Hughes: Karlsbad Caverns

We had seen the bats in Karlsbad caves,
Thick as shaggy soot in chimneys
Bigger than cathedrals. We'd made ourselves dots
On the horizon of their complete world
And their exclusive lives.
Presumably the whole lot were happy --

So happy they didn't know they were happy,
They were so busy with it, so full of it,
Clinging upside down in their stone heavens.

Then we checked our watches. The vanguard bats,
To the minute, started to flicker and whirl
In the giant mouth of the cavern

That was our amphitheatre, where they were the drama.
A flickering few thickened to a million
Till critical boiling mass tore free of the magnet

Under the earth. The bats began to hurl out --
Spill out, smoke out, billow out,
For half an hour was it, an upward torrent

Of various millions of bats. A smoky dragon
Out of a key-hole earth,
A great sky-snake writhing away southwards

Towards the Rio Grande
Where every night they caught their tons of insects --
Five tons, somebody said.

And that was how it should be.
As every night for how many million years?
A clockwork, perfected like their radar.

We weren't sure whether to stay the night or go.
We were where we had never been in our lives.
Visitors -- visiting even ourselves.

The bats were part of the sun's machinery,
Connected to the machinery of the flowers
By the machinery of insects. The bats' meaning

Oiled the unfailing logic of the earth.
Cosmic requirement -- on the wings of a goblin.
A rebuke to our flutter of half-participation.

Thoughts like that were stirring, when somebody yelled.
The sky-dragon of bats was making a knot.
'They're coming back!'
We stared and we saw.

Through the bats, a mushrooming range
Of top-heavy thunderheads, their shutters flashing
Over the Rio Grande. The bats had a problem.

Wings above their heads like folding umbrellas
They dived out of the height
Straight back into the cave -- the whole cloud,

The vast ragged body of the genie
Pouring back into the phial. All over the South
The storm flashed and crawled like a war.

Those bats had their eyes open. Unlike us,
They knew how, and when, to detach themselves
From the love that moves the sun and the other stars.
 
 



Las grutas de Karlsbad

Vimos a los murciélagos en las cuevas de Karlsbad,
espesos como el enmarañado hollín de las chimeneas
más grandes que las catedrales. Nos convertimos sólo en puntos

en el horizonte de su mundo completo
y de sus vidas exclusivas.
Presumiblemente el grupo entero era feliz,

tan feliz que no sabían que eran felices,
ocupados en su felicidad, llenos de ella,
colgados al revés en sus cielos de piedra.

Comprobamos nuestros relojes. Los murciélagos de vanguardia
sincronizados al minuto, empezaron a agitarse y dar vueltas
en la boca enorme de la gruta

que era nuestro anfiteatro, y ellos el drama.
Unos cuantos, agitados, se reunieron en millones
hasta que la concentración ebullidora se liberó del imán

subterráneo. Los murciélagos comenzaron a salir,
derramándose, como humo, en hinchadas olas
durante una media hora, un aguacero hacia arriba

de infinitos murciélagos. Un humeante dragón
saliendo de la cerradura de la llave terráquea,
una gran serpiente celeste reptando hacia el sur,

hacia el Río Grande
donde cada noche capturaban sus toneladas de insectos,
cinco toneladas, dijo alguien.

Y así es como tenía que ser.
Cada noche ¿durante cuántos años?
Un mecanismo de relojería perfecto como un radar,

No estábamos seguros de si pasar la noche allí o irnos.
Estábamos donde jamás habíamos estado en nuestras vidas.
Visitantes, incluso visitándonos a nosotros mismos.

Los murciélagos eran parte de la maquinaria del sol,
conectados con la maquinaria de las flores
por la de los insectos. El significado de los murciélagos

lubrificaba la infalible lógica de la tierra.
Requerimiento cósmico, en las alas de un espectro.
Un reproche a nuestro revolotear participando a medias.

Pensamientos parecidos nos rondaban, cuando alguien gritó.
El dragón celeste de los murciélagos estaba anudándose.
«¡Vuelven!». Observamos y vimos,

a través de los murciélagos, una sierra de nubes de tormenta
creciendo como hongos, más pesada la parte más alta, destellos de
su acción sobre el Río Grande. Los murciélagos tenían un problema.

Las alas por encima de sus cabezas como paraguas plegables
se lanzaron desde lo alto
directamente a la cueva otra vez, la nube entera,

el desarrapado y vasto cuerpo del genio
que entra de nuevo en la lámpara. A lo largo del sur
la tormenta se deslizaba y resplandecía como una guerra.

Aquellos murciélagos tenían los ojos abiertos. A diferencia de
nosotros,

ellos sí sabían cómo y cuándo apartarse
del amor que mueve el sol y las demás estrellas.

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